World timer (o medio año al otro lado del mundo)

El otro día entré en Nauticalia, una tienda donde el mar es el denominador común. Está en Elisabeth St, cerca de mi oficina, y me pasé antes de que echaran el cierre aprovechando la liquidación de sus productos: desde gorras de capitán a globos terráqueos estilo antiguo, de esos enormes, de esos que me encantaría tener en un salón forrado con alfombra roja y chimenea de leña, para hacerlo girar y parar al azar con el dedo índice el que será mi próximo destino... Tienda romántica donde las haya.

Como eso no lo podría facturar a la vuelta, me limité a comprar un llavero “world timer”, o lo que es lo mismo, un llavero que indica las diferentes franjas horarias mundiales para saber siempre a qué hora están en Quito, por ejemplo…

Llevo 6 meses en Australia. Medio año, que se dice pronto ("medioaño!"). Jamás hubiera pensado que a miles de kilómetros de distancia de Barcelona (¿cuántos hay?), entre otras cosas, echaría de menos la fábrica Damm, delante de casa de mis padres en la calle Cartagena.

Tampoco sabía que trabajaría en un documental sobre Gaudí, donde me he pasado horas mirando, bajo un abrigo, imágenes de mi barrio gravadas hace apenas un mes con gente en tirantes. Me di cuenta del ruido de allí, nada que ver con la tranquilidad de aquí, así que algo alivió mi sentimiento “homesick”.

No es que eche de menos el humo, la suciedad, el mileurismo, el mal humor, las prisas ni el metro… pero a veces me sorprendo a mi misma tarareando al Quimi Portet con un “anem a voltar per la Rambla, et compraré un ramet de flors… 1, 2, 3 butifarra de pagès…”

Ayer celebramos la llegada de la primavera. Aún quedan unos días para la fecha oficial de entrada, pero es que las horas de luz se alargan, el sol pica y los pajaritos cantan… Es lo que tiene vivir el cambio de estación al otro lado del mundo.